domingo, 20 de octubre de 2013

Summer's kiss

No sé porqué no he escrito esto hasta ahora, tanto tiempo después. Hace 6 meses de este último día que pasé en la costa oeste, y si bien es muy diferente aquel día nublado de primavera al de este tímido otoño, la sensación de que, a pesar de las nubes, el calor había durado tanto era la misma.

Nos levantamos y fuimos a desayunar a casa de Elías, donde estaban de visita su cuñada y la madre de ésta. Nos prepararon un desayuno tradicional libanés, abundante, mediterráneo, muy sano, justo al revés que el grasiento desayuno americano del día anterior.

Dejé a Elías en su trabajo en el teatro de Pasadena, y cogí su Toyota Prius hacia la playa de Santa Mónica. Conducir por Los Angeles es algo confuso para un europeo porque el paisaje es bastante parecido en casi cualquier parte de la ciudad. Sin el GPS no me hubiera podido orientar.


Llegué al Pier de Santa Mónica. A pesar de hacer un día algo malo, era domingo, así que había mucha gente paseando por la playa y entreteniéndose con lo que podían. Especialmente con cometas.


La población sudamericana era mayoría, especialmente en la zona de la playa. Bajé a la arena y vi la primera muestra de hippismo del día, bueno en este caso anti-militarismo.

Está de más frivolizar sobre esto, pero es probable que el señor que se levanta todos los domingos para poner esas cruces acabe suicidándose también.
Si intentas hacer algo de esto en Alicante a la misma hora en agosto acabas en el Samur.
Exacto, cuando vi esto yo también pensé ¿estarán todos dentro con sus bañadores rojos y sus tetas operadas?

Después del paseo por la playa de Santa Mónica, cogí el coche y me dirigí a Venice Beach. Qué sufrimiento de vida la mía.

En esta playa vivió Jim Morrison varios años, mientras formaba su grupo, The Doors. En su paseo marítimo hay tiendas de todo tipo, y especialmente, lo que mi abuela llama "puestos de hippies", que en este caso son realmente hippies y no perroflautas, y se sienten muy auténticos por estar allí ellos.


En Venice vi muchos músicos ambulantes, artesanos vendiendo sus productos, y otras tiendas como esta de gorras, que estaba genial.


En esta casa de los horrores guardan a los yonkis de LSD que no han conseguido rehabilitar.
No comí más que un sandwich, y estuve paseando por allí un buen rato, mezclándome entre los turistas y patinadores. Después cogí el coche y fui a recoger a Elias, que salió de trabajar justo después de empezar el musical que había esa tarde en el teatro de Pasadena.


Mientras esperaba a que Elías saliera, entré en una pequeña exposición que había junto a la puerta. Había posters de música de los 60 y 70. La obra que estaban haciendo, con un éxito tremendo, era una especie de musical sobre Janis Joplin en el que actuaba una actriz con una voz muy parecida, cantando sus canciones. (Qué horror...)

Elías me quería invitar a ver la obra, pero no quise entrar. ¡Estábamos en Los Angeles! Podíamos hacer tantas cosas...
Y estuvimos conduciendo mientras atardecía... Estaba genial su coche híbrido, podías conducir mucho gastando muy poco.

Era genial poder vernos otra vez después de tanto tiempo y escuchábamos mucha música en su coche.



Después me llevó a dos de sus sitios favoritos. En el primero, Chipotle, comimos unos burritos buenísimos.

Es increíble todo lo que puede comer Elías sin engordar nada.
Y después fuimos a otro bar bastante alucinante, muy grande, de luz roja y sofás antiguos, el Cha Cha Lounge, donde estuvimos alternando cervezas y chupitos de whiskey.


Y aquí termina la historia.

El día siguiente salí temprano al aeropuerto.


Así concluyó mi viaje a Estados Unidos. Esta fue mi otra costa oeste.

Me hubiera gustado que durase siempre, como este verano que termina ahora, o mejor, como esos veranos que al terminar hasta duelen.

Cuando hice escala en Chicago el reloj ya no marcaba la hora del Pacífico.













sábado, 6 de julio de 2013

Whisky, cerveza y palomitas

Desperté desorientado. En viajes nocturnos como este, me había acostumbrado a tomar analgésicos para dormir. Neobrufen, Dormidina u Orfidal. Si no tenía a mano, me los prestaban.

Eran las 6h30. Habíamos llegado antes de tiempo a la estación Greyhound de Los Angeles.


Elías tuvo que despertarse pronto para venir a recogerme. Este es el elegante aspecto que tenía cuando le vi. Llévabamos 6 años sin encontrarnos, desde la última vez que vino a visitarme desde París.

Gracias al GPS de su iphone, de cuyos mapas tanto se quejaba, y esuchando como siempre buena música, me llevó a desayunar a un restaurante clásico, como el que sale en Pulp Fiction, la película que había visto en Madrid antes de salir hacia Estados Unidos.



Era sábado, y era mi último fin de semana en Estados Unidos. Nunca había estado antes en Los Angeles. Elías había pensado que lo mejor era dejarme en Hollywood Boulevard, y que desde allí fuese decidiendo yo mismo lo que quería hacer. Él tenía que irse al trabajo.

Así que salí del coche y empecé a andar por allí.


 No sé porqué, lo primero que hice fue entrar en una tienda de disfraces.



Y continué mi paseo. Hollywood Boulevard no sorprende por el espacio en sí. De hecho no hay nada especialmente bonito. Es algo así como ir a Diversia, pero con más turistas. Todo está bastante viejo y es feo e impersonal. Empecé a darme cuenta de, hasta qué punto, Los Angeles es una ciudad decadente.

El Dolby Theatre, antes Kodak Theatre, donde se celebran los Oscar.
Había comerciales cada pocos metros que te incitaban a coger uno de los autobuses turísticos, que te llevan alrededor de toda la ciudad. Tardé un rato en decidirme a coger uno. Al principio pensé que no lo iba a hacer, que era una horterada, pero después me di cuenta de que lo estaba deseando.

Primera parada. En estas escaleras se rodó el desenlace de Pretty Woman.
Creo que no pude tener mejor idea que esa. El autobús turístico es barato, y gracias a él haces un recorrido que te permite hacerte una idea de donde estás, sobre todo porque el conductor, según avanza, va explicando anécdotas de cada lugar. Es una introducción perfecta a la ciudad. Lo volvería a coger cada vez que fuese.


Si hay algo con lo que me tenga que quedar, a pesar del mal día que hacía (las nubes impedían disfrutar bien las vistas) es el mirador de Mulholland Drive.

Esta creo que era la casa de Drew Barrymore

Pasamos cerca de un montón de casas de famosos, y nos contaron a quien pertenecían y demás anécdotas... Esas cosas...

Casa de Bela Lugosi


Pasamos junto a The Viper Room, donde murió River Phoenix de sobredosis hace 20 años; una celebridad que recordará siempre a los años noventa del siglo pasado.


Se me dan bastante mal los nombres de celebridades, pero esta casa creo que ha pasado por varias manos, entre ellas Madonna y Mariah Carey, o Jennifer López, no me acuerdo...

Junto a la puerta de la casa donde falleció Michael Jackson.

El señor que decidió comprar la casa de Humphrey Bogart hace unos pocos años, también decidió tirarla entera. Es algo que pasa mucho en Los Angeles. Para un poquito de historia que tienen, y no la respetan...

Me gustan las gasolineras vanguardistas. Aunque la mejor es la que hay en la calle Alberto Aguilera en Madrid.
En definitiva, durante la hora y media que duró la visita, vimos algunos de los lugares más emblemáticos de la ciudad de Los Angeles. Rodeo Drive, Bel Air, Downtown... Fue demasiado rápido para asimilarlo, pero me sirvió para hacerme una buena idea.


Nos dejaron de vuelta en Hollywood Boulevard, y estuve viendo algunas de las famosas huellas.



Bajé a la calle paralela, Sunset Boulevard, y entré al In'n'out. Esta cadena de hamburgueserías es un gran éxito en California. No hay sucursales más allá de sus fronteras, pero tiene una relación calidad-precio increíble.


Ande unos 300 metros para entrar en Rockwalk, una tienda de guitarras enorme.


En la entrada, los músicos que la han visitado, también tienen su momento de gloria, como en el Dolby Theatre


El precio medio de estas guitarras era de unos 20.000 euros. Ninguna era nueva.

Cogí el metro para acercarme al centro, donde había quedado con Elías.


Allí di un paseo, después estuve esperando un rato hasta que llegó con su Toyota Prius. Ya habían cerrado las tiendas.


Anocheció según avanzábamos en su coche guiados por el GPS entre las autopistas de la ciudad, escuchando música. Quiso llevarme al barrio donde vivió Elliot Smith, y paramos en el muro que utilizó mucha gente para homenajearle tras su muerte.




Y terminamos en The Roost, el bar donde él siempre iba por las noches, después de un largo día como el nuestro, a tomar cerveza, whisky y palomitas.




miércoles, 24 de abril de 2013

Adiós San Francisco


Viernes, último día de visitas. El más intenso en actividades, y yo con una resaca descomunal. Hasta aquí todo en orden.


Primera parada: las oficinas centrales de Google, ni más ni menos.


En esta especie de paraíso en el mundo laboral nos recibió Carlos Gómez, español que trabaja en el equipo que lleva la división de Motorola, comprada hace poco por Google.


Francesc Campoy, otro de los españoles aquí, con sus Google Glasses puestas todo el rato (es un producto de Google que todavía no ha salido al mercado) guió nuestra visita por las oficinas. A menudo no nos dejaban hacer fotos.

Google bikes
Dentro de la competición que mantienen las empresas en el valle por demostrar los mayores beneficios sociales para sus empleados, Google es la absoluta ganadora.

Restaurante para empleados
Entre las ventajas de trabajar allí figuran

- Baristas especializados en diferentes tipos de café a su servicio,
- La mejor comida en sus restaurantes y puestos gratuitos,
- Gimnasio y piscinas,

y un largo etcétera.

Inmersión en Google Earth
La siguiente visita fue por la empresa de diseño e innovación IDEO, donde nos recibió Miguel Cabra. Como veis hay españoles por todo el valle.




IDEO es, entre otras cosas, la empresa creadora del primer ratón.


Y nuestro study trip terminó en Stanford, la universidad privada situada en Palo Alto. Embrión de la innovación local, en ella estudiaron muchos de los grandes empresarios de la zona, como Mark Zuckerberg, creador de Facebook.
Stanford
El enfoque de esta cara universidad (la matrícula parece que cuesta unos 70 000 dólares al año) es totalmente práctico.


A los estudiantes se les empuja continuamente a realizar las cosas directamente, en lugar de contentarse con que estudien o teoricen sobre ellas.




Por la noche dejé el hotel y me dirigí a la estación de Greyhound para coger el autobús nocturno hacia Los Angeles.



Adiós San Francisco.